20.8.06

La muerte del arte chileno por Nicanor

Tanta ataúd. El último golpe del Nicanor -quizás el chileno menos chileno pero más habiloso de Chile- desparrama la muerte en el mall cultural más pretenciosode la nación , lease Centro Cultural Palacio de La Moneda.

Gran ironía. Y digno de festejar.

Con “instalaciones” que apuntan a “obras” de otros en el “circuito”, y que un ojo escéptico y conocedor de las flojeras de los “artistas” chilenos puede reconocer sin tapujos, la faceta más seria y calculada de nuestro anti-poeta revuelve el gallinero político y provinciano de la capital.

Resulta que Chile, en tanto país, tuvo una escena incipiente de hacedores culturales hasta más o menos los ochenta. En el baile dictaturial aparecieron personajes curatoriales que pensaban que eso de mancharse las manos, sudar en la frente y parecerse a un obrero cualquiera no era digno de la petite burguesia chilenensis. No, queridos lectores, avanzaba una nueva época, un nuevo ismo, tan post que ni siquiera era necesario quemarse las pestañas y leer los panfletos de la muerte del arte y de las ideologías. Bastaba con aprender de un amigo de un amigo que escuchó que eso de la brocha y martillo estaba out.

Fue la gran profesora Amanda Labarca que ya en 1925, indicaba que la clase media chilena era una cosa rara que siempre visionaba un lugar más adecuado para sus pretenciones más allá de su clase. Por eso, lucidamente, declaró que el chileno NUNCA ERA sino SIEMPRE ESTABA (a punto de encarramarse). Claro, ya nadie lee sus escritos…

Es un signo social que marca hasta al mundo cultural nacional.

Fue en los ochenta que, gracias a movidas de un grupo un tanto sospechoso, rebuscadamente emergieron copias de copias de lo que se hacía afuera. O más bien, adaptaciones de lo que se creía se hacía en los centros del mercado del arte mundial. Desde luego, no existía las comunicaciones de hoy. Cosas insignificantes y hasta insultosas, como por ejemplo, la Lonquén de Gonzalo Diaz que operaba y usaba como soporte el asesinato de trabajadores por los militares, para llamar la atención más a su persona altamente comercial que al exterminio mismo. Para justificar la cuestión, teóricos como Pablo Oyarzún o Nelly Richard prestaban sus plumas enrarecidas y rimbombantes con un lenguaje que solo ayudaba a confundir y expulsar al lector a su sitio de ignorante cuando no lo mataban de aburrimiento. El Diaz, que gusta de eso de copiar (frases, ideas o lo que sea) fue galardonado con el premio nacional y una pensión vitalicia en 2003 por parte del Estado chileno. Eso si, no sin antes vaciar las arcas del FONDART con sus amigos/partners que se repartían los asientos del jurado.

Otro que se encarramó fue el Brugnoli. Sus instalaciones parten de la vacuidad plena en su sala universitaria donde imparte -cuando le da la gana- alguna que otra clase. Ese “taller” luce más pulcro que una sala de la Clínica Alemana. Ahí no se trabaja. Se piensa. A fines de los sesenta, el Pancho asaltó a un indigente y rearmó su pobre vestimenta chantándole un título y su firma. Luego le tocó el turno a la misma Universidad de Chile, cuando robó (según él mismo eran objetos desechados, ehem...) unas cuántas máquinas de escribir. Las puso en una fila ordenadita en una galeria e inaguró un cotelé bastante espartano para no decir rasquieli.

Hoy, no cabe la menor duda que estos dos pensantes junto con otros más son el ejemplo más ilustrativo del arte chileno de esa clase media labarquina arribista. Pero son ellos y nada más. Es un circuito cerrado, por suerte, que con la avalancha de los medios de comunicación han quedado al descubierto. Ya no es tán facil copiar y clamar originalidad cuando hasta Fukuyama ha declarado la obsolencia del posmodernismo, y su equivocación. Ni menos cuando cualquier mortal está a un clic de las páginas culturales.

Quizás se pueda decir cariñosamente que fue un experimento teórico y que en realidad no importa debido a que la cultura no importa demasiado, pero los millones que todos los chilenos han depositado en lo que de seguro es la flota más floja del continente, podrían haber sido mejor invertidos. Y el daño a la cultura abarca más de dos décadas.

Que Nicanor cuelgue a los personajes presidenciables de la soga (faltando solo la actual presi) no es más que una orquestación al más puro estilo ‘instalacionista chilenensis’ y forma parte del sepulcro del arte chileno. O más bien, el Parra, más pillo y letrado que el grupo de la Escena Avanzada y sus amigotes que manejan celosamente las oportunidades del mercado cultural, no solo hizo el hoyo sino además, provee las ataúdes, las fotos y los elogios. El anti poeta está, por la simpleza matemática, más cerca de la muerte pero logró quitarle la manta de terciopelo robada y empujarlos a todos al más allá.

Como diría, el arte es cosa seria. Te puede matar. Eres hasta que ya no estás.

No hay comentarios.: