Reproducimos el artículo de memorioso Lupín. Solo porque parece que esta semana, la Historia a reflotado inoportunamente...
Elmostrador.cl 24 de Agosto del 2006
Un mal día para el pez banana. Degradaron a Plutón de noveno planeta del sistema solar a “planeta enano”. Los empresarios y la gran prensa le saltaron al cuello a Camilo Escalona por haber cometido el despropósito de hablar de “chupasangres” justo en vísperas de que la Presidenta se reuniera con la cúpula del CEP. Y se supo, además, que unos personajillos menores de nuestro fucking fútbol –un circo pobre, a decir verdad- se dedicaban a arreglar los resultados de partidos de clubes de última categoría con el fin de engrosar las faltriqueras de la mafia rusa.
Cartón lleno para una semana que ya se perfiló mal cuando el martes tuve que tragarme una columna en El Mercurio del señor Eugenio Tironi, que pasó en pocas décadas de “enfant terrible” de la izquierda ultrarrevolucionaria a celoso guardián de los intereses del establishment, por una módica suma, desde luego, a cambio de sus servicios como gurú experto en anticipar los derroteros de la sociedad.
Too much... al menos para mí. Mi imprecisa edad y los estragos asociados a la madurez no han conseguido, sin embargo, afectar mi larga memoria. Y es por eso que, como por obra y gracia de la máquina de tiempo de H.G. Wells, me vi transportado a los años 70, cuando éramos jóvenes e indocumentados, y Tironi peroraba, desde su condición de intelectual orgánico del Mapu-Garretón, una de las dos facciones en que se dividió el partido de Rodrigo Ambrosio, acerca de la exasperante lentitud reformista del gobierno de Salvador Allende y la necesidad de tomar el cielo por asalto a la brevedad posible.
Recuerdo, incluso, que en una ocasión, paseando por la facultad de Arquitectura de la U. de Chile, vi los panfletos y manifiestos de los “maputones”, donde llamaban a crear el poder popular obrero armado y revolucionario, lo que superaba por varios adjetivos calificativos a las proclamas del MIR, que por lo general se limitaba a uno o sólo dos, pero no caía en esta suerte de redundancia verborrágica maximalista.
Pasaron los años, y la gente del MIR tuvo al menos la decencia de ser consecuente con sus dichos y asumir el enfrentamiento asimétrico que se vino después del golpe, pagando un alto precio por ello, mientras que del Mapu- Garretón, con honrosas excepciones (Carlos Montes, una de ellas, y varios desaparecidos de los que hoy poco se habla), nunca más se supo.
Oscar Guillermo Garretón, el líder iluminado de este Mapu “bocamaro” y proletario, reapareció con el tiempo en Buenos Aires, tras una estada en Cuba, administrando unas pollajerías, y con el retorno de la democracia saltó de un brinco desde las Pyme hasta el empresariado más empingorotado, llegando a ser incluso presidente de Iansa. Se reconcilió con los militares y los marinos, en lloradas sesiones, que le llevaron guitarreadas y emociones varias, y hasta el buen o mal gusto (depende de cómo se lo considere) de recordar que hubo gente que murió por defender las ideas que él ayudó a inocular en la sociedad chilena.
Tironi, en cambio, según me dicen, tras ser comisario de la pureza ideológica en Europa, decidió que era mejor prepararse en La Sorbona para la transición a la democracia que inevitablemente algún día iba a llegar. Y cuando la anhelada transición arribó, tras un breve paso por La Moneda, donde decidió que la mejor política comunicacional era no tener ninguna, se privatizó y estableció su propia empresa de “lobby” e imagen comunicacional para empresas de gran calado, utilizando a la inversa los rudimentos del marxismo que alguna vez aprendió.
Así fue como, de pronto, se vio en el mismo rubro de negocios de su antaño jurado enemigo, Enrique Correa, quien cuando los rojiverdes se dividieron partió con Gazmuri hacia el ala más reformista y conciliadora del partido, la que frente al “avanzar sin transar” prefería el cauteloso “avanzar consolidando”, y donde estaban, entre otros, Insulza y Viera Gallo.
Ahora, Tironi es razonable. Ya dejó atrás hasta a Gramsci en su camino de renovación a ultranza. Y la derecha lo aplaude de pie cuando sostiene cosas como éstas: ”Mucho se ha hablado en el último tiempo de la necesidad de fomentar la participación de los chilenos y chilenas. De promover un clima de libertad en que cada uno pueda plantear sin temor sus demandas. De "empoderar" a los ciudadanos para que exijan sus derechos, resistan el abuso, se sobrepongan a la resignación. Está bien: esto es necesario, y por ello hemos ido evolucionando al tipo de autoridad que hoy tenemos. Pero uno se pregunta si no habrá que reflexionar sobre los peligros que pueden surgir si este ímpetu no es adecuadamente canalizado. ¿Estamos dispuestos a caer en una cultura donde cada uno reclama por lo suyo con los medios que tiene a su alcance, al margen de cualquier principio de disciplina, solidaridad o racionalidad más sistémica? ¿Queremos, efectivamente, sustituir a las instituciones por la ley de la calle o, lo que es peor, por el matonaje?”
¡Eugenio, querido, quién te ha visto y quién te ve! El revolucionario avant la lettre ha devenido un defensor del orden y un oráculo que alerta sobre las turbulencias sociales que augura el mañana. Ni Ricardo Claro lo podría hacer mejor. “Entre la empatía y el vacío que deja una autoridad que no ejerce su función normativa, entre el poder ciudadano y el colapso del orden público, hay una delgada línea roja”, advierte monsieur le professeur, pegándole de paso a la Presidenta con el rencor del lobbysta que ha perdido acceso a los despachos oficiales.
Como dijo alguien que posteó a la columna mercurial, aparece detrás de sus palabras el viejo fantasma del miedo a la gente, la idea de que la chusma se pueda tomar en serio eso de “empoderarse” y quiera disputarle franjas de poder a la elite que maneja el país a su antojo.
Algo no muy diferente a la labor de los picantes émulos de los Sopranos que arreglan los resultados de los partidos y siempre se las ingenian para llevarse la pelota para la casa.
25.8.06
La delgada línea amarilla por Artemio Lupín
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por
Montserrat Nicolás
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MAPU
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