No hay nada más patético y risible que cuando se desenmascara al impostor. Ante el mundo entero, de la high society, del público, bruscamente -tal como la espada de Zorro- se marca la diferencia. Fue durante ese mundo dorado y lleno de exhuberancias estatales del reino de Luis 14, que el neoclasicismo francés lograba -aunque amarrado en traje de fuerza- deleitar a la corte y las clases ‘bajas’. La cúspide -de las historias de Moliere- desataban la ristotada y el amargo despertar de reconocerse en la mentira. Puede ser Tartuffe, el ‘cura’ oportunista que logra seducir a una familia entera, o el rico e insoportable hipocondriaco Argan que quiere dominar hasta el amor de su hija para lograr visitas médica gratuitas. Los tres principios del teatro clásico se basan en el sentido del espacio, su temporalidad y su tratamiento, sujetando los personajes en un presente que no sobrepasaba las 24 horas. Del pasado y el futuro se podía hablar en el escenario, pero jamás exponerse. Esas reglas, que duraron más de 200 años, aún hoy se visualizan. Pero el lugar ya no es el teatro sino las megasalas de conferencias. Esas que reunen a gente importantes. Ante ellos, un escenario enceguedormente iluminado con sus personajes y detrás, el fondo con mensajes escritos, cortos y precisos. Al entrar la estrella principal, el público lo ovaciona, de pie. Toma la palabra y hace, luego, un extenso recorrido por el pasado (su pasado) inmediato. Finaliza con un saludo, o un despido, que dice: "Me voy más optimista que cuando entré, con más confianza en Chile y en su pueblo, y con la convicción de que nosotros depende poder tener un Bicentenario distinto al centenario".
Lo sigue otro personaje, que se entiende es su amigo, que clama y agradece “por toda su deferencia y estupenda voluntad que ha tenido para escuchar nuestros planteamientos empresariales para estos años(…) por su interés por impulsar el diálogo público-privado. Esto nos permite mirar y apuntar alto hacia los nuevos desafíos que nos impone la globalización, la pobreza doméstica y la desigualdad social”. Termina con: “todos los chilenos tienen derecho a sentirse orgullosos y optimistas por los éxitos económicos logrados, pero eso no implica complacencia" añadiendo que, "el mayor desafió de la economía chilena es realizar la tercera ronda de reformas, esta vez, al sector macroeconómico en momentos que el país cuenta con una economía social de mercado consolidada, una transición política exitosamente concluida y disfruta de grandes consensos".
¡Hay ese tonto optimista! Dijo Jean-Baptiste Poquelin que Un necio sabio es más tonto que un necio ignorante. Nos hace falta más Toinette y más tijera, qué corte el quinto acto de la sociedad chilena.
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