(Insisto en mi porfiada tesis de la Universidad de Chile)
Será porque me gusta que me digan ‘vos’, será porque de ese lugar más bien pequeño endiabla a las latitudes americanas, será porque reciben plumas y tinta, y regalan versos y palabras. Será que los uruguayos son una tribu indomable que gentilmente saben su lugar en el mundo. Y hacen del mundo una centrífuga.
Quien no sabe que existen diferencias escenciales entre el poeta y el intelectual, no ha reflexionado sobre el derroche del saber en la sociedad. Muchos piensan que tildar o llamarse ‘intelectual’ es un halago. Y que el poeta es quien escribe versos incomprensibles en la oscuridad. Pensándolo, hay una relación –en la percepción pública- de luz y sombra. Nada nuevo, pero es menester decir que es opuesta tal relación. Intelectual es quien siempre busca estar en las cercanias del poder. Es su estado de sitio. No puede sino existir sin ese reconocimiento constante. Mientras el poeta, siempre se encuentra en las zonas de la masificación, donde yace la masa o el pueblo o la gentuza o la gente. Se nutre de esa energia de lo flotante y lo desposeido.
El arte –en cualquier forma- puede entonces, lograr un quiebre interior en el ser que se enfrenta la ‘obra’. Hace de lo imposible lo posible. Una frase, un color, una estrofa, una melodía nos transporta –aunque sea por un segundo- a otro lugar. Canciones que enamoran, pinturas que ensueñan, esculturas que generan necesidad de tacto y movimiento, frases y palabras que trastornan, todo un quehacer que rebota la existencia lúcida. Y tenemos la libertad de hacerla ignorar. O si se quiere, la valentía de hacerse cargo. De ahí que la responsabilidad de cada cual es una cuestión histórica y política. Decía Aristoteles que la mera participación en la sociedad es Política. Y que el ser humano es responsable de su felicidad. De buscarla y acogerla. De no darse por vencido. Por eso, pocas cosas producen menos felicidad que la guerra y sus consecuencias. La guerra no solo destruye químicamente lo que toca sino además, deja cicatrices en la historia. De cada uno y de cada mundo.
Será porque me gusta que me digan ‘vos’, será porque de ese lugar más bien pequeño endiabla a las latitudes americanas, será porque reciben plumas y tinta, y regalan versos y palabras. Será que los uruguayos son una tribu indomable que gentilmente saben su lugar en el mundo. Y hacen del mundo una centrífuga.
Quien no sabe que existen diferencias escenciales entre el poeta y el intelectual, no ha reflexionado sobre el derroche del saber en la sociedad. Muchos piensan que tildar o llamarse ‘intelectual’ es un halago. Y que el poeta es quien escribe versos incomprensibles en la oscuridad. Pensándolo, hay una relación –en la percepción pública- de luz y sombra. Nada nuevo, pero es menester decir que es opuesta tal relación. Intelectual es quien siempre busca estar en las cercanias del poder. Es su estado de sitio. No puede sino existir sin ese reconocimiento constante. Mientras el poeta, siempre se encuentra en las zonas de la masificación, donde yace la masa o el pueblo o la gentuza o la gente. Se nutre de esa energia de lo flotante y lo desposeido.
El arte –en cualquier forma- puede entonces, lograr un quiebre interior en el ser que se enfrenta la ‘obra’. Hace de lo imposible lo posible. Una frase, un color, una estrofa, una melodía nos transporta –aunque sea por un segundo- a otro lugar. Canciones que enamoran, pinturas que ensueñan, esculturas que generan necesidad de tacto y movimiento, frases y palabras que trastornan, todo un quehacer que rebota la existencia lúcida. Y tenemos la libertad de hacerla ignorar. O si se quiere, la valentía de hacerse cargo. De ahí que la responsabilidad de cada cual es una cuestión histórica y política. Decía Aristoteles que la mera participación en la sociedad es Política. Y que el ser humano es responsable de su felicidad. De buscarla y acogerla. De no darse por vencido. Por eso, pocas cosas producen menos felicidad que la guerra y sus consecuencias. La guerra no solo destruye químicamente lo que toca sino además, deja cicatrices en la historia. De cada uno y de cada mundo.
Como regalo –desde lo uruguayo universal-un brote de ramo de alternativas por parte de Mario Benedetti:
Defensa de la alegría
a Trini
Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas
defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos
defenderla alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias
defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres
defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa
defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría.
1 comentario:
cuando hablas de uruguay me recuerdas a galeano, en un viejo bar porteño, todos con un par de copas de más, dandonos cuenta de lo fragil e incierto futuro de esta copia feliz del eden.
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