Por sobre la copa, divisaba la mirada fija del hombre operador político. Una leve sonrisa lo invita a acercarse y me toma la mano con cuidado. “Dime, ¿no te he visto antes?” sursurra en mi oido provocando cosquillas por mi espina dorsal. “Tienes cara conocida” le respondo con coqueteo y sigo: “Te he observado desde lejos”. Su mano se acerca la nuca y roza mi pelo. “Te invito a otro trago”. Con un gesto -de esos que suponen poder en el bar- le ordena otra ronda más al barman. Le miro las palmas de las manos. Uñas sucias y dedos gordos. Del bolsillo saca un rollo de billetes para pagar y dice “Mi jefe me pagó y podemos hacer lo que quieras” con una pausa sugestiva incluida. “Lo que quieras” y me mira fijamente en los ojos. “¿Lo que quiero?” le digo mientras subo la falda para que vea mis piernas. “¿Todo lo que quiera?” sigo. El operador político se rie nervioso. “Con esos pechos cualquier cosa”. “¿Y el costo? ¿No hay costo?”. “No te preocupes que nadie sabrá lo que vamos hacer, si es que tu no dices nada, eso si. No puedes andar contando cosas que nos pueden hacer daño. Lo sabes, ¿o no?”. El tono es suplicador. Me mojo los labios y tomo otro sorbo del vino. Muevo la cabeza para dar el mejor angulo de la cara. “Si yo no soy la que habla. Eres tú…”. Intenta sacar el sostén con ineptitúd. “Dime” le digo “¿por qué insistes en decir que eres un machote y que nadie te puede tocar?”. “No te escucho” me responde con sus labios cubriendome el cuello. Me doy vuelta y le agarro los brazos. “Para ahora. Si no sabes lo que haces…”. “Y tampoco me importa” contesta con rabia.
Un operador político es un ser poco decoroso. No sabe qué hacer con las manos. No sabe que hacer mas que actuar dentro un pequeño espacio en que utiliza su poder al máximo. Es déspota porque cree que todo el mundo funciona igual, en movidas turbias y negocios truchos. Cree que nadie lo quiere, lo cual es verdad. Cree también que cuando su jefe es promocionado dentro del aparato fiscal, su apoyo incondicional será respondido a creces. Lo único que no sabe es que es el ser más prescindible. Es la lechuga que nadie quiere comer porque está repleta de veneno. Y ahí queda. Hasta que la mandan a la basura...
2 comentarios:
Qué mejor que ejemplificar la figura del operador político de la manera de una "lechuga que nadie quiere comer". Lamentablemente en nuestro día a día nadie pareciese interesarse de saber quiénes son los que urden y llevan a cabo las maniobras que permiten a un determinado político (o títere de poder) aparecer "bien posicionado" dentro de la amasable opinión pública.
Nunca había escrito en tu blog, pero siempre lo leía.
Saludos Montserrat
Gracias Gus!
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