COLUMNA: Montserrat Nicolas: Veinte años de pico en el ojo, o a salvar el ojo del pico que viene (publicada en TheClinic 20 años - Noviembre, 2018)
Hace veinte años éramos todos jóvenes, bellos, calentones, con las tetas y culos y oblicuos bien puestos. La juventud de “la alegría ya viene” esperaba ansiosamente el futuro. Como arribistas normales, la ilusión máxima era quizás viajar Miami o Cancún y pasear por el Alto Las Condes. Y si se demoraba un poco la alegría, la democracia, o cualquier cosa menos una dictadura, desde el olimpo político nos consolaban que -al menos- estaba nuestra economía dura, vigorosa y pujante. Así, ingenuos y consumistas, nos hacían entender que las cosas toman tiempo, que no se cambia así no más, y que la impaciencia podía esperar.
A veinte años del nacimiento de este pasquín y ya con la mayoría divorciada y harto más endeudada, estamos ante el flagelo de las zonas grises en el cuero cabelludo, y la creciente sospecha que nos estamos quedando tuertos por culpa del sistema. No es necesario ser muy avispada para darse cuenta que -hace mucho- el chancho está mal pelado, en desmedro de la población que, sorpresivamente, no es rica. Hace algunos días, supimos que 67 mil personas en Chile tienen activos por más de un millón de dólares. O sea, estas 67 mil personas – que llenarían el Estadio Nacional- controlan más que 67 mil millones de dólares (Informe de Riqueza Global, Credit Suisse, 2018). Dicho de otra forma, representan 25% del Producto Interno Bruto de Chile, el valor monetario de la producción de bienes y servicios de Chile durante todo un año, o sea, el famoso PIB.
Son comparaciones odiosas, dirán. Algunos son simplemente más esforzados, más pillos y más oportunistas. Una suerte de excepción a la presunta regla nacional de la eterna flojera laboral. Ya que el PIB es el concepto favorito para hablar de ‘crecimiento’ por parte de economistas criollos que -por ejemplo- astutamente hacen pagar al fisco sus viajes a Harvard y solicitan créditos al mismo para lucrar con la educación (ver actual Ministro de Hacienda, F. Larrain que en 2005 le pide veinte millones de dólares a CORFO), lo usaremos para ilustrar el recurrente pico en el ojo, con datos del Banco Mundial y el venerable Banco Central de Chile.
En términos simples, el PIB de Chile -en los últimos veinte años- pasa de (aprox.) 80 a 277 miles de millones de dólares. Hace veinte años figurábamos, más o menos, a la par con Colombia (que tiene el triple de habitantes que Chile) y Venezuela (con el doble de habitantes). Sumando, en estos veinte años Chile generó 3400 miles de millones de dólares. Así, junto con los rollitos corporales, la economía se expandió más de tres veces. Fantástico. Debe significar que la alegría llegó porque todo lo que es dinero, brilla y hace felicidad. Somos un país de poetas.
Claro, si usted no es uno de estos millonarios chilenos que andan sueltos, no se altere. No es que no le pegue a las matemáticas o a la gimnasia bancaria. Es solo que ese dinero -que es suyo- lleva décadas bajo la custodia de esa tropa de millonarios que operan, sin fricción, dentro de nuestro sistema económico cerrado. Ocurre que Chile, gracias a la benevolencia de la Constitución de 1980, y su obligación absoluta e innegable de encaminar cada pesito de ahorro (pensiones) hacía las AFP (o sea, la rimbombante Bolsa de Comercio local aka IPSA, o sea, la secta financiera) genera un sistema cerrado, con un flujo regular y predecible de recursos y, consecuentemente, sin riesgo alguno. Y todas sabemos que no hay nada más orgásmico que inversiones con dinero ajeno, sin riesgo y con un buen retorno. Es como tirar sin protección porque jamás habrá consecuencias de embarazo o transmisión de enfermedades poco cómodas. No obstante, y inevitablemente, siempre terminamos con el ojo molido.
El sistema chileno es tan único en el mundo, que la tímida IPSA (nuestra propia Wall Street), aumentó diez veces la capitalización de mercado de las empresas.
Y como somos agrandadas, y para que no digan que todo esto es un resultado de la economía global, basta con comparar nuestras pitufas empresas en el IPSA con las gigantes de Nueva York, donde -se supone- sí hay riesgo.
Comenzando la década de los 90, las empresas chilenas demuestran ser aventajadas. En pocos años, su valor explota de 70% a 120% (en 1994) mientras las de EEUU se mantienen en 70%. La cosa se calma un poco en Chile, entre 1996 y 2001, sosteniendo un 70 a 85% a la misma vez que EEUU pasa por su burbuja tech. Después, siguen una misma curva de crecimiento hasta 2008, cuando las chilenas supera las cifras en EEUU, llegando a casi 160% en 2010. Desde 2012 hay nuevamente un diferencia radical: las de EEUU alcanzan 120 a 170% mientras en Chile, fluctúan alrededor de 110%.
Como ven, ese flujo de nuestros pesitos a las AFPs hace casi reventar el valor de la bolsa local, lo cual nos lleva a los préstamos, porque donde hay dinero, hay lucro. Históricamente, la banca local fue siempre bastante recatada. El crédito que otorgaban al sector privado no pasaba (entre 1960-1979) el 35% del PIB. Sin embargo, desde 1997 que figura sobre el 60%, llegando a un vertiginoso 110% en 2016. Y si alguien tiene mala memoria, fue justamente en la crisis de 1982-84 (la que obligó al pueblo de Chile a pagar las malas deudas de los bancos) que el préstamo bancario a privados superó el 80% del PIB.
Con tanto dinero dando vueltas, lo que más resalta (además de que no todos somos millonarios, ni en pesos o en dólares) es que en estos veinte años creció -tremendamente- la deuda externa. De inmediato, y para silenciar a los apologistas del sistema, indicamos que solamente (aprox.) el 25% de la deuda externa (privada y pública) es pública. Y siendo que el endeudamiento corresponde a un grupo selecto de genios financieros, o como lo llama el Banco Central “empresas de inversión directa”, “resto empresas”, “otras sociedades financieras”; estamos actualmente con más de un 60% del PIB endeudado (situación muy parecida a la de Argentina, hace solo un año).
Hace veinte años, la deuda externa era (aprox.) la mitad del PIB. Por ejemplo, en 1999 la deuda era de 35.000 millones de dólares con un PIB de 75.000 millones de dólares. En 2017, la deuda es de 180.000 millones de dólares y un PIB de 260.000 millones de dólares. O sea, este periodo a la espera de la alegría corresponde a un brutal endeudamiento a la misma vez que la economía chilena sube por las nubes del parnaso del PIB que en veinte años engendró 3.400 miles de millones de dólares, y si sumamos la deuda externa, de otros 145 mil de millones de dólares. Entonces, vale preguntar ¿dónde está todo ese dinero?
Y a quienes dicen que tanta deuda es para aumentar la riqueza generalizada, señalamos que cada sector (manufactura, servicios, minería y etcétera) no extendió su participación en el PIB, ni tampoco -de forma relevante- el gasto fiscal.
Adam Smith dijo -por ahí- que por cada rico necesariamente se necesitaban 500 pobres. Chile viene a ser el ejemplo más contundente de Smith. Creamos, y seguiremos creando, millonarios en dólares. Y por eso mismo, necesitamos y necesitaremos, más y más pobres. Es lógico.
Tal como nos dice el suculento informe que expone esa riqueza espectacular chilena de 67 mil pericos, sus activos están divididos 50-50 entre activos reales (propiedades) y activos financieros, por lo cual, no hay duda alguna, de dónde viene la oposición para cambiar el sistema en Chile. Casi como participantes en una relación abusadora y codependiente, podemos optar por la senda donde nos siguen metiendo el pico en el otro ojo, o elegir salvar la poca vista que nos queda.
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