Una mujer trans ejerce el trabajo sexual en las calles de Valparaíso. Sandy trabaja arriesgando su vida para poder vivir. Para ella es la única vida posible.
El 7 de junio, Sandy sube al furgón de un posible cliente. Al interior, un grupo de desconocidos la golpea brutalmente en su cara y cabeza, posiblemente con un bate de béisbol. Luego de ser agredida, es lanzada desde el vehículo, y abandonada en la vía pública. Por sus graves heridas, es hospitalizada y mantenida en un coma inducido. Sandy habita el borde mismo de la muerte.
Se estampa una denuncia, que las autoridades y la policía se comprometen a investigar. Pero no hay garantía alguna que este caso concluya con detenidos, o que aquel compromiso se traduzca en algo más allá de aquellas declaraciones que pronto desaparecerán en el viento. Sabemos cuán difícil es obtener reparación siendo pobre en Chile--aun más cuando se es pobre y diferente.
La historia de Sandy no concluye. Sandy vive--ella desea vivir. La misma fuerza que la llevaba a arriesgar su vida para poder ser quien es y expresar su identidad, la mantiene hoy aferrada a la vida. Otras también han sufrido este tipo de violencia--muchas han muerto. Recordamos crímenes de una violencia espantosa, como el sufrido por Ximena Sotomayor, en 2004; otros como el asesinato de la activista trans Bárbara Rivero, ese mismo año, en el que la fóbica indiferencia y negligencia por parte del servicio de salud estatal llevaron a su muerte--crímenes ambos que resultaron impunes.
La madre de Sandy reclama justicia para su hija.
Lo hace sabiendo lo difícil que es obtener reparación. Y al hacerlo, nos fuerza a preguntarnos, ¿qué significa hacer justicia en este caso? ¿Qué significa reparar realmente el daño hecho? ¿Se trata simplemente de encausar y sentenciar a quienes cometen un delito de este tipo? ¿Basta con un gesto así, para borrar la deuda que contraemos como sociedad ante las personas que sufren en su carne la verdad de la precariedad sexual: el tener que vivir la permanente negación de la vida del Otro, el tener que vivir la diferencia como condena a muerte?
Ante la violencia que sufrió Sandy, es importante replantearse lo que significa la justicia. Porque esta violencia no es un simple exceso. Es la manifestación más concreta del trato inicuo que permite nuestro país frente a personas que desafían la norma, en particular aquellas que expresan su diferencia--sea identidad o expresión de género--de modo visible.
Esa iniquidad aparece de muchas otras formas. Por ejemplo, es la iniquidad que se esconde tras la iniciativa asistencialista de Joaquín Lavín en sus años en la alcaldía de Santiago--quien en vez de buscar asegurar las condiciones básicas para su real inserción laboral, ofrecía capacitar a estas mujeres en pequeños trabajos domésticos que las mantuviera escondidas en sus casas: invisibles, fuera de la calle, fuera de la vista del público. (Valga añadir que en su momento, Sandy participó en esa iniciativa.) Es la misma iniquidad que permitió la remoción de la causal "identidad y expresión de género" del proyecto de ley "antidiscriminación" que se tramita en estos días en el Senado.
En estos días, presenciamos un debate sobre la "igualdad." Quienes participan de él debieran reflexionar sobre lo que significa el pedido de justicia que realiza la madre de Sandy. Porque pedir justicia es pedir igualdad de verdad. Pedir justicia es pedir ciudadanía. Pedir justicia es pedir visibilidad. Pedir justicia es reconocer la diferencia, no pretender cubrirla con un manto de respetabilidad. Nosotros también pedimos justicia para Sandy, y para todos y todas quienes vivimos de algún modo la precariedad sexual. Pedimos justicia y pedimos igualdad: exigimos las garantías para que cada ciudadana y ciudadano pueda vivir y habitar su diferencia.
Iñigo Adriasola para ESTADISTA.org
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La carta de la madre de Sandy Iturra Gamboa puede ser leída acá.
El Instituto Nacional de Derechos Humanos publicó un comentario sobre este caso.
22.6.11
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1 comentario:
Pero con "la nueva forma de gobernar" basta una nota televisiva de una transexual al lado de una claramente constrangida vocera de gobierno, ¡y listo! No existe más el problema, y está ahí la nota que demuestra que al gobierno le encantan las minorías sexuales, aún cuando no hace nada en favor de ellas. Más que eso solo si fueran santos.
¿Ironía? No, es Chile.
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